Los cuadros de Trastorno Obsesivo Compulsivo más graves parecen alumbrar una luz de esperanza gracias a una intervención quirúrgica en la que se introducen electrodos en el cerebro para inhibir las conexiones nerviosas que generan las obsesiones.
Hasta su operación, Angela no podía rozar una mesa ni acariciar a un niño. Creía que se contaminaba. Se lavaba las manos 50 veces al día. Ya no. Es la primera española a la que unos cables en el cerebro frenan su manía compulsiva
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